“¡ÁNIMO!  SOY YO. NO TENGÁIS MIEDO” (Mt 14, 27; Mc 6, 50; Jn 6, 20)
                
                      El episodio sigue inmediatamente a la primera multiplicación de los  panes y los peces, y es uno de los pocos de la vida pública de Jesús en los que  Juan coincide con los evangelistas sinópticos.
                    Una  vez realizado el milagro, dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a  tomarle por la fuerza para hacerle Rey, obligó a los discípulos a subir a la  barca y a ir por delante de Él a la otra orilla, mientras Él despedía a la  gente y se retiraba, solo, al monte para orar. Entrada la noche, Jesús seguía  en tierra. Soplaba un viento fuerte, y el mar comenzó a encresparse y la barca  era zarandeada por las olas. Cuando habían recorrido unos veinticinco o treinta  estadios -como cinco kilómetros-, hacia la cuarta vigilia de la noche -entre las  tres y las seis de la   madrugada-, Jesús vino hacia ellos caminando sobre el mar, y  quería pasarlos de largo. Ellos se turbaron y decían: ¡Es un fantasma!, y de miedo  se pusieron a gritar. Pero Él les dijo: “¡Ánimo!  Soy Yo. No tengáis miedo”.
                
                    A  menudo el Señor nos hace subir a la barca en la oscuridad, y permite que sea  zarandeada por las olas.
                
                    Todo  entonces se nos antojan fantasmas. Y echamos la culpa al viento, y nos  sublevamos contra los presuntos causantes de nuestros males.
                
                    Nos  cuesta reconocer que detrás pueda estar el Señor. ¡Qué bien nos vendría oír su  voz en la oscuridad, asegurándonos que el aparente fantasma es Él! ¡Qué hermoso  sería oírle decir en la noche: ¡Ánimo! Soy Yo. No tengáis miedo. Y ¿por qué no  lo oímos, si esa es la verdad?
                
                    Una  vez se levantó contra mí una tormenta.
                
                    Me  parecía saber de dónde soplaba el viento.
                
                    Y  cobraron cuerpo ante mis ojos los fantasmas de mis enemigos.
                
                    Pero  me equivocaba.
                
                    No  eran ellos.
                
                    Eras  Tú quien encrespabas las olas a mi alrededor, intentando que yo Te reconociera  detrás. ¡Cuanto sufrimiento me habría ahorrado, si hubiera oído tu voz y  hubiera tenido la certeza de que estabas junto a mí... ¡la certeza de que eras  Tú...!
                
                    Otras  veces es la barca de mi Iglesia la que veo zozobrar.
                
                    Y  se me olvida que no se puede hundir… porque en ella vas Tú.
                
                    No  te veo.
                
                    Pero  si, al menos, supiera oír tu voz: ¡Ánimo! Soy Yo. No tengáis miedo, hombres de  poca fe.
                
                    Grábame  dentro del alma, que detrás del viento, detrás de las olas y de las tempestades,  detrás de esos enemigos que a lo más tienen poder para -matar el cuerpo, pero  no pueden matar el alma- (Mt 10, 28),  estás Tú, Señor, andando sobre las aguas, para quitarme el miedo.
                
                    Un  día vendrá la Muerte.
                
                    Y  no me parecerá un mero fantasma. Pero lo será: ¡Fantasma y sólo fantasma!
                
                    Aquel  día, Señor, vente a mí andando sobre las aguas.
                
                    Y  grítame fuerte para que Te oiga: ¡Ánimo! Soy Yo. No tengas miedo.
                
                    Mi  fe -esa fe que es puro don y regalo tuyo- te verá en la oscuridad.
                
                    Y  te diré con Pedro: “Mándame ir a Ti sobre  las aguas”.
                
                    Y  Tú me dirás: “Ven”.
                
                    Y  no me hundiré, no, porque Tú me tenderás la mano.
                
                    Y  dejaré de ser alma de poca fe... porque Te veré cara a cara.
                
                    ¡Amén!
      
  
    
      | CUESTIONARIO 
          ¿Procuro ver  detrás de los acontecimientos desagradables la mano del Señor?¿Me tranquiliza de  verdad esa visión?¿Estoy convencido  de que a mi lado está siempre Él, y procuro -ya que Él me la brinda- asirme de  su mano? |