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Adoración Nocturna Española

 

Adorado sea el Santísimo Sacramento   

 Ave María Purísima  

 

 

2009

 

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“¡GLORIA A DIOS EN LAS ALTURAS!” (Lc 2, 14)


    El canto de los ángeles en la Nochebuena es la interpretación teológica revelada de lo que nos trae el nacimiento del Verbo hecho hombre: ese nacimiento al que nos prepara cada año la Liturgia del Adviento y que anualmente conmemoramos el 25 de diciembre.

     La Encarnación ha tendido un cable que hace posible desde ese momento la comunicación entre esas dos orillas, infinitamente distantes, que son Dios y el hombre. A través de ese Niño que nace -¡Dios con nosotros!- podrá llegar hasta Dios el cántico de alabanza que los hombres están destinados a tributar al Creador, y por medio de Él hará Dios las paces con los hombres pecadores. Por Jesús va a las alturas la alabanza que los hombres deben a Dios y por Él desciende a la tierra la paz que a los hombres quiere Dios devolver.

    Aunque la mayoría de los hombres lo ignora -o vive como si lo ignorara-, nosotros sabemos con San Ignacio que “el hombre es creado para alabar hacer reverencia y servir a Dios”. La creación visible es manifestación de la grandeza, sabiduría y bondad de Dios; pero sólo adquiere sentido cuando aparece en ella el hombre, ser inteligente y libre, capaz de descubrir y aplaudir esos tributos divinos.
Ocurre, sin embargo, que la obligada limitación humana no permite que la alabanza de los hombres a Dios sea ni de lejos proporcionada a lo que Él se merece. Y ocurrió, además, que el hombre pecó y están manchados los labios con los que tiene que alabar a Dios.

    Desde la Nochebuena, en cambio, hay sobre la tierra un hombre que, unido hipostáticamente a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, ofrece al Padre una alabanza infinita, digna de Dios, que ni los hombres pecadores, ni los ángeles confirmados en gracia pudieran de suyo ofrecer.
Se comprende que los ángeles lo celebren y nos lo hagan saber a nosotros con su canto de la Nochebuena: Cristo Dios-Hombre, constituido en cabeza de ángeles y hombres, hace posible que, a través de Él, ellos y nosotros podamos dar gloria a Dios -la que Dios se merece- en las alturas.
Lo que cantan los ángeles no es un deseo, ni una simple invitación a los hombres; es el anuncio y comprobación de un hecho real: que “por Cristo, con Él y en Él es ya posible tributar a Dios Padre Todopoderoso, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria”.

    La Navidad es el comienzo de toda Eucaristía.
A través de Jesús, presente entre nosotros, los hombres podemos y debemos dar “gloria a Dios en las alturas”.

    Gloria a Dios porque nos hizo.

    Gloria porque en Jesús nos ha hecho capaces de darle gloria.

    Y gloria, sobre todo, porque en Él y a través de Él ha hecho de nuevo las paces con los hombres irremisiblemente perdidos por el pecado.

 

CUESTIONARIO

  • ¿Somos conscientes de que nuestro quehacer humano es alabar a Dios?
  • ¿Qué hacemos para cumplirlo?
  • ¿Lo hacemos por medio de Jesucristo, Dios-Hombre, Nuestro Señor?