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Adoración Nocturna Española

 

Adorado sea el Santísimo Sacramento   

 Ave María Purísima  

 

 

2010

 

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Abril


ENCUENTROS CON CRISTO EUCARISTÍA

IV.- ”Señor mío, y Dios mío”.

 

Tus llagas tocó Tomás 
Yo no las veo.    
Dios y Señor mío,  
Con él te confieso.    

Haz que mi fe en Tí 
Crezca siempre;  
Que espere siempre en Ti,
Y que te ame.

    Un ser vivo, no un fantasma. Al ver a Cristo resucitado por primera vez, los Apóstoles creyeron ver un fantasma. Se asustaron. El Señor les pidió de comer para dejar claro en su mente que Él no era un fantasma, que era un ser vivo, el mismo Cristo con un Cuerpo ya glorioso. Santo Tomás vió y metió sus dedos en las llagas del Cuerpo glorioso de Cristo, y confesó su fe:

    -“Señor mío, y Dios mío”.

    Nuestros ojos, nuestro espíritu, no ven, ni reciben, la luz de santo Tomás. Sabemos, sin embargo, que la realidad que “late” en la Eucaristía es verdaderamente el mismo Cristo que nos invita a la Fe, como invitó a Tomás a creer, en el cenáculo.

     “¡Ayúdame, Señor, a creer!”

    Es la exclamación del cristiano ante el Sagrario. Adorando la Eucaristía confesamos nuestra fe en Cristo Nuestro Señor ante Dios y ante los hombres.

    “El justo vive de la Fe”.

    Es la fe en la Eucaristía la luz más clara que brilla siempre, aun en la oscuridad que acompaña tantos días los pasos del hombre sobre la tierra. Y no solo fe en la presencia real sacramental de Cristo. No. Fe en  que en la Eucaristía vive el mismo Cristo vivo que contempló el buen ladrón, que contempló santo Tomás.

    La fe en la Eucaristía agranda los ojos del entendimiento, para que en el ocultamiento del Dios-Hombre, el hombre vea a Dios hecho hombre. Y así, con esa Fe, viviremos el mejor acto de fe que en el Calvario vivió el buen ladrón: solo osa pedir el reino quien ya ha visto a Cristo Resucitado.

    ¿Cómo es posible la fe del buen ladrón?

    Por su arrepentimiento. La confesión de los pecados, la conciencia de ser pecador, mata en el alma la raíz del pecado, el mal del pecado. En la confesión, el pecador muere con Cristo en la Cruz, y deja libre su espíritu para resucitar. El pedir perdón por los propios pecados es el fruto de la Resurrección de Cristo en el alma del hombre pecador.

    El Señor pidió de comer a sus apóstoles asustados. En la Eucaristía, es él mismo el que nos da de comer.

    Él se hace comida. “En verdad os digo, si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Juan 6, 53).

    Las palabras son explícitas. Comemos, si amamos. El amor, la caridad, llena nuestra alma de hambre del Señor. Descubrimos que Él es la Palabra de vida eterna, que Él es alimento de vida eterna.

    Te diligere. Pedimos que nos enseñe a amarle, y que ponga siempre en nuestro corazón el desear de amarle más, pidiendo ese perdón por los pecados, para que nuestro espíritu se abra a amar más.

    En la Eucaristía aprendemos y nos alimentamos de las mismas fuentes del amor de Dios. Y aprendemos a amar en el mismo acto de amor más profundo que Dios tiene con los hombres: entregarnos en plenitud a su Hijo Bien Amado.


Cuestionario.-

-¿Tengo todavía vergüenza, o el falso pudor, de decirle sencillamente que le amo?

-El buen ladrón manifestó claramente su fe en Cristo, ¿siento alguna vez respetos humanos para decir que soy creyente en Jesucristo, Dios y hombre verdadero?

-¿Leo los Santos Evangelios para conocer mejor la vida de Cristo, y poder decirle, en toda confianza, “Quédate con nosotros, Señor”?