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Adoración Nocturna Española

 

Adorado sea el Santísimo Sacramento   

 Ave María Purísima  

 

 

2008

 

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«SI LOS DESPIDO EN AYUNAS... DESFALLECERAN EN EL CAMINO» (Mc 8, 3)


    Es delicioso leer en San Marcos la introducción que Jesús hace a la segunda multiplicación de los panes:

    «Llamando a Sí a sus discípulos, les dijo:

    -Me da compasión de esta gente, porque llevan ya tres días conmigo, y no tienen qué comer. Y si les mando a su casa en ayunas, desfallecerán por el camino; ya que algunos vinieron de muy lejos» (Mc 8, 13).

    Parece como si fueras Tú, Señor, el que tenías que agradecer a aquellas turbas el haber acudido a Ti viniendo de muy lejos. ¿No eres Tú más bien quien llevas -no tres días sino más de dos mil años- con nosotros?

    Tú sí que has venido de lejos... ¡para hacernos compañía! Somos nosotros -¡y no Tú! - quienes tenemos que estar agradecidos.

    Y porque no te sufría el corazón mandar a su casa en ayunas a aquella muchedumbre, ante el miedo de que desfallecieran en el camino, multiplicaste los panes y los peces.

    Es lo que has hecho al instituir la Eucaristía: Multiplicar tu Cuerpo y tu Sangre para alimento de los hombres, que, peregrinos en este Valle de Lágrimas, andan el largo y complicado camino hacia la Casa del Padre.

    Si hubieran de hacerlo en ayunas, desfallecerían en el camino.

    Cuando Elías, extenuado por la accidentada fuga de la persecución de Jezabel, se durmió junto a las retamas de Berseba, un ángel le despertó y mostrándole una hogaza de pan y un cántaro de agua, le dijo: «Levántate y come, que es muy largo el camino que te queda por andar» (3Re 19, 7). Y anduvo fortalecido con aquel alimento hasta el Monte de Dios, Horeb.

    Porque es largo y empinado -y agotador, por lo mismo- el camino que cada hombre tiene que recorrer contra corriente hasta llegar al Monte que es Dios, Jesús multiplicó su presencia entre nosotros como alimento: «Mi Carne es verdadera comida, y mi Sangre verdadera bebida» (Jn 6, 55).

    No nos tienes que agradecer, Señor, que vayamos contigo.

    Somos nosotros quienes tenemos que agradecerte el haberte compadecido de nosotros, y el habértenos dado en alimento para que no desfalleciéramos en el camino.

    Da pena ver sin embargo, tantos hombres desmayados en las cunetas. Nadie les enseñó a cantar:


No podemos caminar

con hambre bajo el sol.

Danos siempre el mismo Pan:

tu Cuerpo y Sangre, Señor.


    Y no se han enterado todavía de que Tú te adelantaste a remediar nuestras carencias con el alimento que no perece ni deja perecer, sino que da vida eterna (Jn 6, 27).

    ¡Gracias, Señor, muchas gracias!

    Ten compasión -hoy como entonces- de tantos caminantes que viven lejos... muy lejos... ¡de Ti!


CUESTIONARIO

. ¿Agradezco debidamente que el Señor haya «venido de lejos» para que yo Le tenga cerca de mí?

· ¿Siento compasión como Él hacia los que todavía no saben que Cristo es alimento de los caminantes por la vida?

· ¿Busco y sé encontrar en la Eucaristía la fuerza que necesito para no desfallecer en el camino?