DICHOSOS LOS MANSOS 
                    "Dichosos los sufridos (= mansos),  porque ellos heredarán la Tierra" (Mt 5,4). Manso o sufrido es el  paciente, el no violento, el bondadoso, que combate el mal haciendo el bien. El  violento piensa que todo ser humano por naturaleza es belicoso, y que para  abrirse paso hay que liarse a tortazos, provocar arrebatos, poner zancadillas y  programar enfurecimientos. Alegan, además, que sin gruñidos, las voces no se  escuchan, sin borrascas no hay lluvia. La descripción que suelen hacer de sus  semejantes no resulta excesivamente gratificante. ¿Será esa tierra la que  Jesucristo prometió a los que practican la mansedumbre? ¿Puede ser la tierra de  los frívolos o de los incautos, o la de los enfadados, o la de los egoístas, o  la de los ambiciosos, o la de los rencorosos, o la de los vengativos; en suma,  será la misma tierra la de los que se empeñan en mantener una actitud infantil  que los que con mentalidad adulta y criterios serenos, pretenden convertirla en  la antesala del cielo?
                    Para el cristiano la vida es una  peregrinación, un peregrinar constante que empieza en esta tierra para terminar  en el cielo. Mientras tanto debemos luchar esforzadamente, cansarnos,  agobiarnos, sortear conflictos y seguir avanzando para hallar el camino que nos  conduzca hasta Dios. Jesús no ha prometido éxitos, influencias, triunfos y  vanaglorias a los mansos. "Yo soy el camino": un camino difícil,  espinoso, sin palacios, sin comodidades, sin teléfono, sin yates ni teléfonos  particulares, sin números de lotería premiados, ni cotizaciones en alza en la  bolsa. "Aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón". Sin  duda, Jesús nos ofrece el camino de la mansedumbre. ¿A dónde nos lleva la  mansedumbre? Muy sencillo, a la cruz. Y los cristianos no sólo la aceptamos,  sino que hacemos de esa cruz la razón de nuestra vida.
                    ¿Quién es más feliz o menos desgraciado aquí  en la tierra? Aquel que echa mano del despotismo, o aquel que se identifica con  la tolerancia? ¿Aquel que trama venganza hiriente, o aquel que cura las heridas  del enemigo? ¿Aquel que desacredita, o aquel que disculpa y comprende? ¿Aquel  que se alimenta de odio, o aquel que se nutre de amor? ¿Aquel que desconfía por  sistema, o aquel que todo lo basa en su confianza en Dios?
                    Para conseguir la mansedumbre hay que  violentarse. Pero ninguna violencia es tan dura y tan difícil de soportar como  la que utilizamos contra nosotros mismos; se precisa una gran dosis de valentía  para ejercerla. Sentirnos víctimas viene a ser casi siempre la causa principal  de nuestras protestas, de nuestras quejas, de todo lo que suscita el odio y la  violencia contra los demás. El ser humano "necesita" comprensión,  requiere consuelo. Pero, ¿dónde buscarlos? En primer lugar, convencernos de que  sólo Dios está capacitado para "comprender" y consolar. y en segundo  lugar, hay que buscarlos en la violencia, pero en la violencia que debemos  practicar con nosotros mismos.
                    Mansedumbre no es lo mismo que debilidad.  Ningún manso es débil. Si lo fuera, dejaría de ser manso. Sería un robot: un  simple mecanismo programado para no sentir, ni reaccionar, ni gozar, ni sufrir.  Eso no significa que los mansos, cuando son víctimas de una injusticia, no  experimenten la necesidad de indignarse y la tentación de dejarse llevar por la  cólera, pues a fin de cuentas también son humanos. La diferencia estriba en  que, lejos de lanzarse a monologar insultando o a enjuiciar cegados por la ira,  o a ironizar injuriando, se limitarán a abrir las puertas al diálogo, al buen  entendimiento, y sobre todo a conseguir algo verdaderamente grandioso: que su  cólera llegue a convertirse en virtud.
                    Como virtud, la mansedumbre implica  fortaleza: ni los blandos, ni los apáticos, y ni mucho menos los vengativos,  pueden ostentar con justicia la virtud de la humildad. Pero la fortaleza es  exigente. Presentar la otra mejilla, como dice Jesús, nunca debe ser un acto de  venganza, ni de impertinencia, ni una lección de superioridad. No es más que  una forma de indicarnos que el perdón es necesario; que sin ese perdón que  otorgamos, tampoco puede haber perdón para nosotros; que la crispación jamás  debe aniquilarse con crispación, que lejos de odiar al que nos odia, hay que  recordarle que el Señor ama tanto al ofendido como al ofensor.
                
                  
                    Cuestionario  
                      
                        
                          - "Aprended de mí que soy manso y humilde de  corazón". ¿Qué me dice esta sentencia de Jesús? ¿Le imito verdaderamente? 
 
                          - 
                            
¿Habitualmente soy manso, sufrido, bondadoso,  comprensivo, o más bien violento?  
                           
                         
                       
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