La Iglesia, (I)
              
              
              
              A lo largo  del presente año pastoral (2016-2017)  vamos a contemplar el misterio de la  Iglesia de modo que crezca en nosotros el deseo de vivir unidos a ella. Lo  haremos siguiendo los pasos del Catecismo  de la Iglesia Católica (=CEC), buscando que su lectura complete y asegure  nuestras reflexiones orantes. Estará en el trasfondo de nuestras miradas la  constitución conciliar Lumen Gentium,  que nutre en buena medida las enseñanzas del Catecismo en esta materia.
              
              Dios centro único de la  fe. 
              
               El Catecismo  nos enseña (CEC 750), siguiendo los artículos del Credo, que nuestra fe es en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.  Sólo Dios merece y provoca nuestra adhesión de fe. La fe es en Dios y, por consecuencia, en lo que  él nos enseña (doctrina cristiana y moral) o nos entrega como don de salvación  para nosotros (Iglesia y sacramentos). Sólo en este sentido podemos afirmar que creemos en la Iglesia.
              
              La fe en el  Dios uno y trino, que identifica a  los cristianos, no repudia los caminos de  la razón para llegar a Dios desde sus obras; pero tiene su centro en  Jesucristo muerto y resucitado. El  acontecimiento pascual es piedra fundamental de nuestra fe en Dios. La verdad  de la Resurrección se presenta pues como fundamento de nuestra fe (1Cor 15, 14).  La Iglesia es fundada por Cristo para dar testimonio de su Resurrección. En los  inicios de la predicación evangélica por medio de Apóstoles y Evangelistas, más  tarde, por cuántos aceptan su testimonio y lo verifican, en sacramento, mediante las celebraciones litúrgicas de la Iglesia,  singularmente la Eucaristía.
              
              En las  celebraciones litúrgicas mediante gestos  y palabras (como a lo largo de la Historia de Salvación, vid. Constitución  conciliar Dei verbum 2), es decir, a  través de signos, lecturas y plegarias, el Señor se hace realmente presente y  convoca a su Pueblo (Iglesia o convocatoria; vid. CEC 751).
              
              La Iglesia  nace de la Eucaristía que Cristo entrega. Posteriormente la Iglesia, fiel al mandato, (Lc 22, 19 y 1Cor 11, 24),  hace, (celebra o confecciona), la Eucaristía, que es para ella mysterium fidei! (misterio de fe).
              
              Desde la  celebración, comunión y adoración de la Eucaristía la Iglesia halla su centro y  remite a todos sus miembros a Cristo que, en el mismo dinamismo eucarístico,  lleva a cada fiel a ser Iglesia: una, santa, católica y apostólica.
              
              La Iglesia esposa. 
              
              Esta  centralidad Eucarística no ha de ser nunca ritualismo.  El centro es siempre Cristo, la Eucaristía es su sacramento, su forma de presencia. Cristo se hace y entrega bajo la  forma del sacramento (signo y palabra) para dar concreción a su presencia y a  la de su obrar. Así hecho presente y accesible, bajo la forma ritual de un  banquete de sacrificio, nos permite entrar en comunión entre nosotros y consigo  mismo.  Una comunión que configura a la Iglesia como esposa y muestra a Cristo como esposo,  conforme a la imagen presentada en las bodas  de Caná (Jn 2, 1-12).
              
              La Iglesia  está llamada a vivir esta comunión esponsal en todo su ser y su obrar, pero es celebrando y  gustando la Eucaristía cuando es tomada  por esposa y de donde recibe toda su fecundidad (CEC 1324-1327).
              
              La dependencia total de la Eucaristía  respecto de Cristo corre paralela con la dependencia de la Iglesia respecto de  su esposo, Jesucristo. Y este nos remite siempre a Dios y su misterio  trinitario.
              
              Nuestro  vivir siendo Iglesia-Esposa hace de la Trinidad nuestro hábitat de eternidad. Nuestro ser personal encuentra en la relación  con las Divinas Personas su plenitud, su Cielo en la tierra. Tal dimensión  escatológica es propia de los siete  sacramentos (CEC 1130) donde Cristo actúa, singularmente de “el Sacramento”  (CEC 1402-1405). ¡Qué bellamente lo glosó san Juan de la Cruz en su poema:  aunque  es de noche!
              
              
              
                
                  
                    
                      
                        
                           Aquesta eterna fonte  está escondida
                            en  este vivo pan por darnos vida, 
                            aunque  es de noche. 
                            Aquí  se está llamando a las criaturas,
                            y  de esta agua se hartan, aunque a oscuras,     
                            aunque es de noche.
                            Aquesta  viva fuente que deseo,   
                            en  este pan de vida yo la veo,   
                            aunque  es de noche.
                        
                      
                    
                  
                
              
              
                (Himno IIº para las Vísperas de la Santísima Trinidad).
              
              
              Este  precioso texto toca y presenta todos los argumentos que venimos glosando: la  fe, la Trinidad, la Eucaristía. Y la Liturgia lo pone en labios de la Iglesia.  Orar con él es siempre bálsamo para el alma y estímulo para pensar y obrar  bien.
              
              &La Iglesia cuerpo.
              
              Del esposo y  la esposa dice la Escritura “serán una sola carne” (Gn 2, 24), un solo cuerpo.  Ver a la Iglesia hecha esposa mediante la Eucaristía es verla hecha cuerpo de Cristo mediante el sacramento del cuerpo de Cristo.
              
              Esta incorporación eucarística lleva a su  plenitud y actualiza la que tiene inicio mediante el Bautismo y la Confirmación  (CEC 1212. 1229. 1285 y 1322).
              
              Ser cuerpo de Cristo con la Iglesia implica  participar en la visibilización en nuestra condición humana de la semejanza divina. Como don recibido es purificación y santificación (a modo de  trasfiguración), como compromiso de vida es esfuerzo  permanente de fidelidad. La Liturgia de la Iglesia nos recuerda frecuentemente  en las oraciones tras la comunión que  nuestro fin y objetivo vital es transformarnos  en lo que comemos.
              
              Nadie ha  vivido esta esponsalidad/maternidad como la santísima Virgen María. Mujer de la  fe y la obediencia a la Palabra. Madre del Redentor, Modelo de la Iglesia.  Mujer eucarística, como la llamó san Juan Pablo II en Ecclesia de Eucharistia (cap. VI). Y esto se traduce en su  perfección en el discipulado, en la identificación con el querer y obrar de su  Hijo. Si Jesús se anuncia como el verdadero esposo en su primer milagro en  Caná, haciendo crecer la fe de sus discípulos en Él, allí María es la Madre del buen consejo: “haced lo que Él os  diga”.
               
              
                Preguntas para el diálogo y la meditación.
              
              
                
                  - ¿Es  verdaderamente Dios el centro de nuestra fe, o vivimos sobre todo de teorías,  normas y prácticas?
- ¿Mi  piedad eucarística me lleva al encuentro profundo con Dios en su Iglesia? No se  puede tener a Dios por padre sin tener a la Iglesia por madre.
- ¿La  participación en los sacramentos, más aún en la Eucaristía, me impulsa  verdaderamente a vivir cristificado (cardad/santidad)?