Vivo foco
En mitad de la noche, cuando en el silencio y en la penumbra nos arrodillamos ante el Santísimo Sacramento iluminado sobre el altar, podemos percibir con más fuerza que otras veces cómo la Eucaristía, el Corazón de Jesús, son un foco vivo, de luz y de gracia.
Cristo está en el Sacramento vivo y glorioso. Es la luz del resucitado que se nos entrega. Es verdad que recordamos su pasión y heridas, pero el corazón de Cristo se muestra también esplendoroso y luminoso:
“Quien se nos entrega es el Cristo resucitado, lleno de gloria, pleno de vida y de luz. Si bien en distintos momentos habla de los sufrimientos que soportó por nosotros y de la ingratitud que recibe, aquí no se destacan la sangre y las llagas sufrientes, sino la luz y el fuego del Viviente. Las heridas de la Pasión, que no desaparecen, quedan transfiguradas. Así, aquí se expresa el Misterio de la Pascua en su integridad: « Una vez entre otras, estando expuesto el Santísimo Sacramento […] se me presentó Jesucristo, mi divino Maestro, todo radiante de gloria, con sus cinco llagas, que brillaban como cinco soles, y por todas partes salían llamas de su sagrada humanidad, especialmente de su adorable pecho, el cual parecía un horno. Abrióse este y me descubrió su amantísimo y amabilísimo Corazón, que era el vivo foco de donde procedían semejantes llamas. Entonces fue cuando me descubrió las maravillas inexplicables de su amor puro, y el exceso, a que le había conducido el amar a los hombres, de los cuales no recibía sino ingratitudes y desprecios» (Dilexit nos 124)
Santa Margarita es clara: cinco llagas como cinco soles. Auténtica explosión de luz divina. Heridas transfiguradas y llenas de gloria. También se habla muchas veces de la Hostia Santa como un Sol. Así se adornan la mayoría de las custodias y con mucho sentido. En ellas se guarda al Sol de los soles. Al que ilumina el firmamento y que se esconde en la noche, pero que nos calienta e ilumina a quienes lo buscamos.
Lo mejor que podemos hacer en nuestra noche de adoración es ir poniendo ante el Foco Divino todas las oscuridades y penumbras que en el día a día vemos a nuestro alrededor. Las que están en nuestro corazón, pero también las de los que nos rodean y las que se expanden por el mundo. No son pocas las sombras que amenazan quitarnos la esperanza y la vida de la gracia. ¡No dejemos que la muerte y la oscuridad venzan! Dediquemos nuestro tiempo a poner la luz de Dios en cada lugar. Repasemos ante el Señor todo cuanto necesita ser iluminado por el resplandor de su gloria.
Es muy posible que nos venga una sensación fuerte de nuestros límites. ¡tantas son las negruras del mundo! Sin embargo, la respuesta está en unirnos afectivamente al divino corazón. No somos nosotros los que iluminamos, no queremos brillar. Se trata de que él llegue a más rincones. De ser Su Luz. Por eso, consagrándonos a su corazón, nos convertimos en pequeñas lamparillas que brillan en cualquier lugar oscuro. Así lo decía Luis de Trelles:
¡Quisiera amaros infinitamente Señor, y anhelo con la misma viveza consagraros todo mi ser… Me holgaría de tener para ello millones de millones de corazones que ofreceros, todos infinitos e insondables en el afecto… Recibid, Señor Sacramentado, estos mis deseos, ofertas y promesas unidos en el Corazón de Jesús en la Eucaristía, como si fuesen infinitos. Y admitid, Señor, el vivo deseo de repetíroslos todos los momentos del día, todos los días de mi vida, mientras pueda repetir esta oración y por toda la eternidad. (LS 3, 1872 p.277)
¿Qué oscuridad te da más miedo?
¿Recuerdas algún episodio en que sentiste la luz de Dios?
¿Qué te sugiere la imagen del Sol aplicada a la Eucaristía?