Sed ardiente
“Tengo Sed”. Es quizá una de las más misteriosas palabras de las que Jesús dijo en la Cruz. Bajo una apariencia un tanto circunstancial, esconde un condensado precioso de su misión salvadora en el mundo. Ya antes había dicho a la Samaritana, “dame de beber”. Y entonces como ahora, la respuesta no está ni en un agua muerta, ni en un vino agriado, sino en el Agua Viva del Espíritu que se nos entrega y que nos hace capaces de responder a ese amor y de dar de beber nosotros mismos al Sediento.
Esforzarse en apagar la sed de Jesús, esta fue quizá la meta de una Madre Teresa o de una santa Teresita del Niño Jesús. Y esa es precisamente la meta de nuestra vigilia de Adoración. El Papa Francisco nos recuerda una vez más cómo…
“Jesús habla de su sed de ser amado, nos muestra que no es indiferente a su Corazón la reacción que nosotros tengamos ante su deseo: «Tengo sed, pero una sed tan ardiente de ser amado de los hombres en el Santísimo Sacramento, que esta sed me consume; y no hallo nadie que se esfuerce, según mi deseo, en apagármela, correspondiendo de alguna manera a mi amor». El pedido de Jesús es amor. Cuando el corazón creyente lo descubre, la respuesta que brota espontáneamente no consiste en una pesada búsqueda de sacrificios o en el mero cumplimiento de un pesado deber, es cuestión de amor: «Recibí de Dios gracias excesivas de su amor, y sintiéndome movida del deseo de corresponderle en algo y rendirle amor por amor». Así enseña León XIII, escribiendo que, mediante la imagen del Sagrado Corazón, la caridad de Cristo «nos incita a devolverle amor por amor.” (Dilexit nos 166)< /p>
Amando a Jesús en el Sacramento del Altar es como mejor se puede saciar la sed de Jesús. Así se lo explica él mismo a santa Margarita ¿Nos esforzaremos nosotros según su deseo por apagar ese ardor? ¿Haremos nosotros por apagar esa sed? Se trata de dejarse amar, para devolver amor a cambio. En realidad, es un negocio redondo, donde sólo salimos ganando.
Lo más bonito es que cuando descubrimos la sed de Jesús y tratamos de calmarla nos vamos dando cuenta de que la verdadera sed la teníamos nosotros y de que él es la Fuente de un agua verdadera y que sacia en serio. Un agua que no se gasta. Entonces es más fácil renunciar a pozos o esponjas, dejamos lo bueno, para alcanzar lo mejor. < /p>
San Juan escucharía aquellas palabras desde el pie de la Cruz, pero las había escuchado ya antes sobre el pecho del Señor. La misma María que tantas veces habría dado de beber a su hijo escucharía este clamor. Su Corazón es quizá el que mejor supo corresponder en este juego de “aguadores”. Nos dice Luis de Trelles:< /p>
“El corazón de María es un tesoro de amor a Dios y a los hombres; y por tanto, este reclinatorio del Verbo en su vida dentro del claustro materno es un don para nosotros. Reclinatorio y fuente purísima de la humanidad del Hijo de Dios, el Corazón de su Madre puede decirse de alguna manera que es otra forma de tierna encarnación. Allí dejó el Verbo el depósito de su misericordia y de sus virtudes; y lo dejó para nosotros como medio y órgano de una caridad infinita, para bien de los pecadores”. (LS 5, 1874, p.206)
María no sólo calmaría la sed de Jesús. Porque ella ha recibido como nadie el Amor del Corazón de su Hijo, ella misma se ha convertido en fuente de Agua Viva para toda la Iglesia. Adoremos con María este misterio y saciémonos a su vera de esta Fuente.
¿Cuándo has sentido mayor sed en tu vida?
¿Conoces a alguien que está sediento de sentido?
¿Cómo saciar a los sedientos de nuestro mundo?