Triduo  Pascual
                
                         MANUAL,  pág.  XXXI - V. Adorado sea el Santísimo Sacramento…
                  
                         Celebramos  el Triduo Pascual, jueves, institución del sacerdocio y de la eucaristía, viernes,  la entrega redentora y la victoria sobre el pecado y la muerte, con la  resurrección en la vigilia pascual.
                  
                         En  cada Santa Misa actualizamos toda la redención conseguida una vez para siempre y  se hace realidad en el hoy de nuestra vida, “todos quedamos santificados por  la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre” (Heb. 10,10).
                  
                         Nuestra  vida, ha de ser, vivir de la Eucaristía, con la Eucaristía y en la Eucaristía,  hacer del encuentro con el Señor resucitado en el Sacramento una senda de  vida con Él, un camino de santidad en mi vida, para que, con la Verdad, llegue  a través del Sacramento a la plenitud de la Vida, el que come de este pan  vivirá para siempre.
                  
                         Agradezcamos  el gran don de su entrega redentora por amor a mí, cuando llegó la plenitud de  los tiempos, tiempos de la venida y redención que la actualizamos en cada misa  hasta que vuelva, No beberé el vino… Anunciamos tu muerte, proclamamos tu  resurrección, ven Señor Jesús.
                  
                         Si  fuésemos conscientes del don de la redención que se realiza en el Sacramento de  la Eucaristía, haríamos de nuestra vida una mayor presencia eucarística, dentro  de las obligaciones de cada uno, como lo hacía el labriego de Ars, y todos los  santos, conscientes de que la plenitud de la Redención, ya que toda la Santidad  de la Iglesia, se encuentra en el Sacramento, desde donde el Corazón  Eucarístico de Jesús nos da a beber de la fuente de agua Viva.
                
                         "No  podemos vivir sin el domingo” repetían los mártires  ante los gobernadores que les prohibían celebrar la Misa. Ellos hicieron de su  vida una ofrenda viva, unida a la de Jesucristo, convirtiéndose en  corredentores con Él, suplo lo que falta a la pasión de Cristo por la  Iglesia, se convirtieron en una Eucaristía viva para la redención del  mundo, la sangre de los mártires es semilla de cristianos.
                
                        Sin  su entrega del viernes, no podríamos tener la Eucaristía, fruto de su muerte y  resurrección.  Con su sangre derramada  en la Cruz puso en paz todas las cosas.
                  
                         No  podemos separar en don de la redención, que se nos da cada día en nuestra senda  eucarística, con el sacramento de la Penitencia, ante la gravedad del  pecado, Dios responde con la plenitud del perdón, nos recordaba el Papa  Francisco.
                  
                         Recibir  el perdón de Dios de su misericordia, recibir la purificación de nuestros  pecados con su sangre en la confesión, para experimentar la misericordia de  Dios en nuestros corazones gracias a su Hijo, y ser transformados con el don  del Espíritu Santo, viviendo la senda eucarística, la vida de gracia, “vendremos  a él y haremos morada en él”, para que mostremos la misericordia y el  perdón a las personas con las que nos encontramos cada día.
                  
                         El amor del Sagrado Corazón de Jesús se nos manifiesta  especialmente en la Eucaristía y en la Penitencia, “el amor ardiente a su  Corazón es una imitación de sus virtudes, principalmente de la humildad, del  celo, de la dulzura, del espíritu de inmolación; y un celo incansable para  suscitar amigos y reparadores, que le consuelen con su propio amor”, nos  recordaba san Juan Pablo II.
                
                                         En cada vigilia rezamos, como Iglesia,  el acto de desagravio al Corazón Sacratísimo,  acto de reparación, hoy tan urgente y necesario, le pedimos al Venerable Luis  que lo hagamos en su mismo espíritu, que él tanto insistía, especialmente en  este mes que celebramos la plenitud de la redención con el Triduo Pascual,  actualidad de desagraviar al Señor a la que  nos anima san Juan Pablo II, “La animación  y robustecimiento del culto eucarístico son una prueba de esa auténtica  renovación que el Concilio se ha propuesto como finalidad y de la que es el  punto central. La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto  eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos  tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y  abierta a reparar las graves faltas y delitos del mundo. No cese nunca nuestra  adoración”.
                
                         Desde  la Basílica del Sagrado Corazón de Montmartre, en junio de 1980, san Juan Pablo  II, nos insiste en la misma idea a nosotros adoradores nocturnos: “desde  hace casi un siglo perdura la incesante adoración al Santísimo Sacramento, sin  interrupción día y noche. Y sin interrupción hay hombres que rezan, que adoran,  que, en el espíritu de Santa Margarita María, ofrecen reparación a aquel  Corazón que tanto ha amado al mundo, y al hombre en este mundo, y que recibe de  éste tantos ultrajes y olvidos”.
                
                                         Vivamos  nuestra noche acompañando a Jesús, agradeciendo el don de la Redención,  plenitud de la misericordia, que se nos da en la Eucaristía y en la Penitencia,  fomentemos la reparación, Jesús mismo nos pide la limosna de tener misericordia  con Él, por el olvido, desprecio y persecución y exclusión en la vida de las  personas, y sobre todo de la familia y de la sociedad. 
              
                         Con  el gozo de la resurrección, incrementemos nuestro amor y esperanza en la  victoria de Jesucristo sobre el pecado y sobre la muerte, en la espera gozosa  de su reino de amor. ¡Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre,  Señor!
                
                                         PREGUNTAS:
                  
                         ¿Agradezco en cada Eucaristía que  participo en don de la Redención?
                  
                         ¿Practico oraciones, actos de  consolar y reparar al Señor con otras personas?
                  
                         ¿Vivo la misericordia que el Señor  me pide y la transmito a las personas?
                  
                         ¿Recibo el sacramento de la  penitencia para prepararme a la vigilia mensual?